martes, 07 octubre 2025

Arrecife suena

S.Calleja/reportaje de elpejeverde.com

A medianoche, en Almancil, el nombre de Arrecife en Vivo sonó claro. No fue “otro premio” ni una placa para colgar en la pared. Fue ese gol justo antes del descanso que cambia el partido. La idea —la ciudad como escenario, el mar de telón y la gente caminando la música— quedó respaldada fuera de casa. Y, la verdad, desde ese instante 2025 dejó de ser una edición más para convertirse en la edición que tenía que demostrar que el formato ya es maduro. Y lo hizo.

Septiembre en marcha (6, 19 y 26)

6 de septiembre. El Islote de la Fermina abrió como debía: luz baja, brisa con sal y talento local bien afinado. La gala AEV Channel fue un empujón a una generación que ya no pide permiso: se sube, toca y convence. Se vieron guitarras con callo, bases con nervio y miradas de “aquí estoy”. No hacía falta decir más.

 

19 de septiembre. Primera ruta. Pasacalles delante marcando el pulso, y tres paradas que explican el ADN del festival. Rocío Saiz agitó la tarde con pop que no se muerde la lengua; Jela puso esa calma precisa que ordena el corazón antes de otro salto; Triángulo de Amor Bizarro incendió Marina a base de distorsión y verdad. En el Muelle de Cruceros, Zahara remató con pausa, filo y un control del silencio que hizo levantar cejas. Después, relevo local y electrónica sin pedir perdón. Uno salía con las zapatillas con polvo y una sonrisa tonta.

26 de septiembre. Segunda ruta. Arranque a lo bruto con Ella La Rabia y Le Mur; sorpresa deliciosa en Marina con Les Greene, que convirtió el puerto en una pista de soul y rock & roll de otra época —trajes, sudor y esos gritos que te obligan a mover los pies—; y final de fiesta en el muelle con Fun Lovin’ Criminals e Iseo & Dodosound: swing canalla primero, vaivén dub después. El hilo, como siempre: caminar, mezclarse, escuchar. Y es que el festival no te lleva en volandas: te invita a moverte.

On Fire (27): la música toma partido

Una sola noche de pago, sí, pero con motivo claro: derechos humanos. El escenario a reventar y una línea recta del principio al final. Distortion y Enac Ska abrieron casa por casa; luego llegaron dos veteranos sin necesidad de presentación: Fermín Muguruza —fuerza, idea, oficio— y Soziedad Alkoholika —precisión y descarga—. Nada de parches ni moralinas: mensaje y celebración en la misma dirección, con ese tipo de contundencia que te empuja el pecho… y te hace pensar de camino a casa.

Octubre: tercera ruta y cantera (3–4)

Viernes 3. Tercera ruta gratuita, bien hilada: psicodelia, pop de autor, rock con pegada y jaleo final. Kolpez Blai cosió escenarios como un guía con tambor: “por aquí, por allá, no se me pierdan”. Las transiciones funcionaron, y además se notó el oficio de un público que ya sabe moverse en este mapa sonoro.

Sábado 4. “Apoyamos la Cantera” desde las 10:00. Casi cuarenta alumnas y alumnos de la Escuela de Música Toñín Corujo salieron a tocar clásicos del rock en el Parque Ramírez Cerdá y el Parque Islas Canarias. En el centro, Cantera Rock: chinijos desde 7 años compartiendo escenario con mayores; timple, guitarras, bajo, batería, piano y voces con los nervios bien puestos. También los coros infantiles y el Aula de Música Moderna del CIEM, con pop-rock español y británico. A las 10:30, Odei Astibia (Kolpez Blai) dio un taller de percusión corporal: ritmo con el propio cuerpo, cero barreras, y valores que se notan —creatividad, confianza, autocontrol, inclusión—. El mensaje entró sin discursos: hoy se siembra; mañana la música tendrá raíces. Un padre lo dijo mejor que nadie, mirando al escenario: “Mi niña está temblando… y eso es bueno”. Exacto.

 

Este festival funciona —y no por casualidad— por tres decisiones valientes que muchos miran de reojo y pocos se atreven a sostener:

  1. La ciudad no se “exprime”, se comparte. Escenarios a pie, distancias humanas, horarios que obligan a elegir. El pasacalles no estorba; ordena. La coreografía urbana es media victoria. Si quieres un ejemplo: la llegada al muelle con la marea humana estirándose sin atasco. Eso está diseñado, no pasa “porque sí”.
  2. La mezcla es de verdad. Hardcore con sol, soul al atardecer, indie que muerde, electrónica local con orgullo y, al día siguiente, cantera tocando clásicos con ojos brillantes. No es escaparate: es ecosistema. En una misma semana oyes a un icono del rock alternativo y a una banda infantil con timple y batería. Y cuadra.
  3. El público es coproductor. Familias, veteranos y visitantes comparten estribillos y trayectos. No hay “zona VIP” emocional: te toca vivirlo o te lo pierdes. Basta mirar un detalle: abuelos marcando el ritmo con la rodilla, chavales en pogo educado y turistas siguiendo al Elvis de neón sin saber muy bien por qué… pero felices.

Logros claros: identidad, ritmo, continuidad, relato.
Cosas a afinar (sin drama):
— Transición entre cierres del muelle y salidas: mejor escalonar, señalética viva, un staff móvil con manos arriba y sonrisa.
— Blindar la cantera: más microescenarios, pruebas de sonido abiertas (que los chinijos vean el antes, no solo el durante).
— Mantener el equilibrio entre artistas de fuera y de aquí sin cuotas torpes: calidad y contraste como criterio, punto.

Arrecife en Vivo nació en 2013 y aún huele a calle, a válvulas y a océano. Después de 2025, resiste el escrutinio y se reconoce ya como punto de encuentro cívico, no simple agenda de conciertos. Quien estuvo lo vio: noches de pogo, tardes familiares, madrugadas de charla con sudadera al hombro y ese sábado de niños haciendo música como si fuera lo más normal del mundo. Y es que debería serlo.

 

La lectura honesta es sencilla: la ciudad ganó. Ganó ocupando su espacio con cultura, caminándolo sin miedo y escuchándose a sí misma con músicos de aquí y de fuera. Este reportaje de elpejeverde.com deja constancia: el formato está vivo, la comunidad responde y, al fondo, el océano sigue marcando el compás. Nos vemos en la próxima ruta.

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