Cuando un libro vale más que una campaña de turismo
S.Calleja
Volvía la brisa del alisio a silbar entre los muros de César Manrique cuando, al caer la mañana del lunes 26 de mayo, el Monumento al Campesino se desbordó de gente: más que para un pleno del Cabildo, más que para otras muchas cosas organizadas por chafalmejas. Allí supe que mi amigo Fefo, sereno como mucho de sus mojos , acababa de poner a hervir la memoria gastronómica de Lanzarote.
En la tarima, Fefo confesó su sorpresa—«pensé que veníamos los cuatro de siempre»—y alzó Cocina Tradicional de Lanzarote como quien alza un puchero heredado. El acto destapó varias verdades.
Primera: la isla roza ya los 163 467 habitantes, tras crecer un 2,8 % en 2024, y el gentío necesita referentes propios para no diluirse entre guaguas de turistas —3,4 millones el último año, 8,7 millones de pasajeros en el aeropuerto César Manrique—.
Segunda: cuando la oferta culinaria la dictan foráneos que confunden un caldo millo con sopa de maíz, el apego local se vuelve urgente.
Tercera: Fefo, hombre de Arrecife, fiel a sus amigos y enemigo de cuentistas, recoge 160 recetas campesinas sin postureo vegano ni brunch impostado; puro conocimiento connatural, mamado entre bancales de jable y lava. Mientras las autoridades repiten la letanía de la “soberanía alimentaria” y celebran que la FAO haya declarado La Geria Sistema Importante del Patrimonio Agrícola Mundial (SIPAM), la realidad canta otra copla: en 2022 quedaban menos de 3 000 hectáreas cultivadas —más de dos tercios viñedo— y el paisaje agrícola retrocede al ritmo demasiado rápido. La Ley 11/2019 de Patrimonio Cultural de Canarias promete protección, pero hace dos semanas el Gobierno autonómico multó al Ayuntamiento de Tinajo con 76 500 € por destruir una vivienda tradicional; papel aguanta todo, la tierra no.
Frente a ese contraste, el recetario de Fefo actúa como brújula. Fija coordenadas en Costa Teguise y La Graciosa, reivindica el gofio escaldado y las lentejas en mojo, y propone un modelo turístico con sabor: restaurantes que sirvan ropa vieja con garbanzas de Soo y vinos malvasía de Masdache, talleres de cocina en el CIC El Almacén y rutas por bodegas que expliquen por qué los hoyos de la Geria son ingeniería popular de secano.
Si el Cabildo amarra la idea en sus centros turísticos y las escuelas de hostelería la enseñan, ganan los agricultores, gana el visitante y ganamos los que aún decimos “¡ños, qué potaje!” con orgullo. Porque cuando un libro hace hervir el caldero de la identidad, no basta con aplaudir; toca encender el fogón doméstico, contar la historia a la chiquillería y devolver a la cocina ese hervor lento que, como el salitre en los ajos, mantiene viva la isla.