Isidro habló, Dolores sonrió: crónica de un jardín sin voz
Pejeverde
Dolores Corujo amaneció feliz. AENA firmó el contrato nuevo, los jardines del aeropuerto vuelven a parecer jardines y no la prueba de resistencia de un cardón en agosto. Sonrisas, frase solemne y foto mental de corte de cinta sin cinta. “Se restablece la dignidad del servicio”, dijo. Nada que objetar a la frase. Lo curioso es que la dignidad llegó el 9 de octubre, pero la vergüenza estaba ahí desde hace un año y, en ese tiempo, la secretaria insular del PSOE y diputada en Madrid practicó un arte clásico: el silencio útil. Harpo Marx, pero sin bocina.
Durante meses, las plantas parecían merienda de cabras. La rotonda, un álbum de malas hierbas. El primer escaparate de la isla daba pena. Y AENA, con su burocracia de granito, iba a su paso de romería lenta. Aquí es donde uno espera a la diputada, a la jefa insular de su partido, empujando, exigiendo, apretando tornillos, aunque el tornillo sea del mismo color que su sigla. Pero no. La prudencia partidaria es un jardín de roca dura: no deja huella. Cuando tocaba levantar la voz, se oyó el viento. Y cuando por fin hay contrato, aparece la ovación. Qué cosas.
No faltó quien arrimara el hombro. El alcalde de San Bartolomé, Isidro Pérez, socialista y popular en el sentido literal, sí dijo lo que se veía desde la ventanilla de la guagua: un desastre. Lo repitió más de una vez, aquí mismo, en El Pejeverde. Denunció la estampa fea de la puerta de entrada a la isla, con nombres y apellidos. Hizo lo que corresponde: incomodar al gestor aunque el gestor sea grande, estatal y con logo. Mientras tanto, nuestra diputada se aplicó el método silente: callar para no molestar. Y oye, tuvo su gracia… hasta que dejó de tenerla.
La isla no es un decorado que se monta el día de la visita oficial. Es un sitio que amanece todos los días con turistas, vecinos, taxistas, currantes y guiris perdidos buscando la salida. La imagen cuenta. El aeropuerto se llama César Manrique por algo más que por marketing: supone un estándar. Si los jardines parecen un solar, se resiente algo más que la foto; se resiente el respeto. Por eso molesta el aplauso tardío. Aplaudir cuando la orquesta ya toca es cómodo; lo difícil es afinar cuando el ensayo va mal.
Y no es cuestión de banderas. Exigir a AENA no te quita el carné. Decir “esto así no” no rompe la disciplina; rompe la inercia. Si desde junio la isla pedía arreglo, si en septiembre ya era clamor, lo mínimo era plantarse y decirlo alto. Se llama representar. Al final, llegó el contrato, llegó la cuadrilla y llegó la dignidad. Bien. Pero la película completa tiene dos actos: en el primero, abandono y silencio; en el segundo, fanfarria y celebración. Y claro, el espectador sale del cine con la sensación de que le han cambiado el guion a mitad.
Así que bienvenida sea la normalidad en los jardines. Ojalá duren, se rieguen y no volvamos a esta comedia muda. Y que la próxima vez, cuando el césped empiece a amarillear, nos ahorren el número de Harpo y toquen la bocina a tiempo. Aquí no pedimos milagros; pedimos coherencia. Que no nos vendan millo por gofio.