«Podemos morir de éxito», advierte el bodeguero de Bodega Vulcano en Madrid Gourmet
Foto. Víctor Díaz Figueroa
S. Calleja
Último día de Madrid Gourmet. La feria mastodóntica que ocupa IFEMA se despide hoy con la misma parafernalia con la que llegó: pabellones saturados, copas en alto, cámaras de móviles capturando más etiquetas que rostros. En el estand de Saborea Lanzarote, entre botellas de malvasía y folletos con volcanes, Víctor Díaz Figueroa hace lo que lleva haciendo más de una década: contar que el vino de la isla no es solo un producto, sino un milagro agrícola que, si no se cuida, se evapora. Como el aroma de una copa mal servida.
Bodega Vulcano es una de las firmas más reconocidas del enoturismo lanzaroteño. Dirigida por Díaz Figueroa, lleva años insistiendo en que el éxito hay que sudarlo dentro y fuera del jable. «Hay que abrirse al mundo», repite con la misma convicción con la que despacha una copa de moscatel dulce, el Vulcano Dolce, premiado en Lyon, Bruselas y hasta en los certámenes que nadie sabe ubicar en el mapa pero que lucen como medallas olímpicas.
Tres botellas sobre el mostrador. Malvasía volcánica, tinto joven y el dulce. Una trilogía que define tanto al producto como al personaje. Habla con naturalidad, sin eslóganes vacíos. Le preocupa más la viña que la vitrina. Y eso se nota.
Lanzarote vende. Pero ¿a qué precio?
«Estamos en la cresta de la ola», admite. Pero añade enseguida el matiz incómodo: «Podemos morir de éxito». No es una pose. Víctor habla de aranceles, de competencia desleal, del vino barato europeo que amenaza con colarse por la puerta de atrás en los restaurantes de Canarias. Y sobre todo, de un enemigo que no está fuera, sino dentro: la autocomplacencia.
«A veces nos miramos mucho el ombligo», lanza como quien escancia una verdad sin filtrar. El vino de Lanzarote es caro —lo reconoce—, pero porque la uva también lo es. Porque el método de cultivo es único. Porque cada racimo que brota entre ceniza y viento del norte es una metáfora de resistencia. Pero nada de eso basta si no hay estrategia, planificación ni apoyo institucional.
Ahí entra en escena el eterno fantasma: el Plan Especial de La Geria.
—¿Qué hacemos con él?, le preguntamos.
—No sé qué decir ya… este grupo de gobierno se le está quedando corto el tiempo —responde.
La frase suena a epitafio. Pero también a diagnóstico. El sector lleva años esperando un marco legal que le permita crecer sin destruir el paisaje que le da sentido. Mientras tanto, ferias como esta sirven para salir de la isla y ver lo que hay fuera. Y lo que hay, en palabras de Víctor, es un monstruo.
España: país de bodegas sin cuento
«Me di cuenta del monstruo del vino español en Fenavin, en Ciudad Real», recuerda. Lo dijo sin dramatismo, pero con asombro. Decenas, cientos de bodegas en un mismo recinto. Producción en masa, exportación a China, mercados de volumen que funcionan con otras reglas.
¿Y Lanzarote? Una isla con menos hectáreas de viñedo que cualquier finca manchega, pero con una historia que no cabe en una etiqueta. El problema, insiste, es que el mundo no espera por nadie. Y si Canarias no espabila, si sigue sin cerrar su puzle normativo, el riesgo no es que nos ignoren, sino que nos sustituyan.
El dulce éxito de un vino de ceniza
Mientras apura la mañana entre visitantes curiosos y distribuidores con prisa, Víctor no pierde el foco. Tiene claro que lo suyo no es solo vender vino, sino contar lo que hay detrás. El paisaje lunar, los hoyos excavados a mano, el trabajo de los viticultores que siguen creyendo en lo imposible.
«Cada vez que explicamos cómo cultivamos, la gente dice: “eso es imposible”», cuenta. Y entonces sonríe. Porque imposible no es. Pero tampoco eterno.
Madrid Gourmet se apaga entre flashes y brindis. El pabellón 3, donde se alzaba el rincón canario, empieza a desmantelarse. Las botellas vuelven a sus cajas. Las palabras, al recuerdo de una conversación sin almidón ni protocolo.
La próxima feria llegará. El próximo turista también. Pero si el vino de Lanzarote quiere seguir siendo más que un souvenir caro, tendrá que beberse de otra copa: la de la seriedad, el compromiso y la planificación.
Y ojalá, con el Plan de La Geria firmado. No para brindar, sino para plantar.