viernes, 11 octubre 2024

Lanzarote, 60 años haciendo posible lo imposible: El Mundo ensalza la historia de la isla que convirtió el mar en agua potable

Foto.Elpejeverde.com. Risco

S. Calleja

Lanzarote,  con sus tierras secas y su cielo sin promesas de lluvia, se convirtió hace 60 años en el epicentro de una revolución silenciosa que cambiaría el rostro del agua en Europa. Hoy, mientras el continente celebra seis décadas de avances en desalación, El Mundo destaca con razón el papel crucial de esta pequeña isla en un relato que pocos podrían haber anticipado.

Todo comenzó en 1962, cuando los hermanos Manuel y José Díaz Rijo, junto al ingeniero naval Javier Pinacho, tomaron una decisión que retaría el curso natural de las cosas. En aquel entonces, Lanzarote era una tierra de sequía crónica, obligada a importar agua potable de Tenerife y Gran Canaria. Cada gota era preciosa, y la vida misma dependía de buques que, periódicamente, atracaban con su carga líquida.

Pero en 1964, todo cambió. La instalación de la primera planta desalinizadora de Europa en Punta Grande, Arrecife, no solo rompió con la dependencia de esos barcos, sino que hizo lo impensable: convertir el Atlántico en un embalse para Lanzarote. Por primera vez, el mar se transformó en agua potable, y la isla conectó ese manantial salino con la red de distribución, una proeza técnica que sentó las bases para una era de innovación acuática en todo el continente.

El Mundo lo recuerda bien hoy. 60 años han pasado desde aquel hito, y Lanzarote no solo fue la pionera, sino que ha mantenido su lugar en la vanguardia de la desalación mundial. En la actualidad, la isla cuenta con cuatro plantas de más de 10.000 metros cúbicos y el archipiélago canario, con 19 en total. Baleares también ha seguido el ejemplo, aunque con siete instalaciones. España, por su parte, se ha convertido en un líder global en tecnología de desalación, solo superada por gigantes como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.

Lo que empezó como una solución local a un problema desesperante se ha expandido como un fenómeno internacional. La tecnología española ahora nutre al mundo, con plantas instaladas desde el Mediterráneo hasta Oriente Medio. Las grandes empresas españolas no solo diseñan estas instalaciones, sino que financian y gestionan su operación durante décadas, garantizando que cada metro cúbico descienda desde el cielo imposible del océano hasta los grifos de millones de personas.

Sin embargo, no todo es agua clara. Como bien señala el artículo de El Mundo, el precio de este avance no es insignificante. El agua desalada sigue siendo cara, especialmente para sectores como la agricultura, donde el riego intensivo demanda cantidades gigantescas. Pero, como advierten los expertos, “no hay agua más cara que la que no se tiene”, y la desalación, en este sentido, se ha convertido en una especie de póliza de seguro contra la sequía, especialmente en un contexto de cambio climático que está haciendo que las sequías sean cada vez más frecuentes y severas.

La agricultura, la industria y el turismo —pilares de muchas economías— dependen ahora de esta tecnología, que sigue mejorando y abaratándose con cada nueva innovación. Pero Lanzarote, con su legado de 60 años, continúa siendo una referencia y un recordatorio de que la humanidad puede domar a la naturaleza cuando se lo propone, aunque el precio sea alto.

Hoy, mientras los ojos de Europa miran hacia la isla con gratitud y admiración, es difícil no pensar en aquellos primeros momentos, cuando los componentes de la primera planta desalinizadora llegaron a la isla en 1964. El esfuerzo, la incertidumbre, el riesgo… pero también la visión audaz de un futuro donde la sed no dictaría las reglas.

Lanzarote, aquella isla seca que dependía del cielo para vivir, le enseñó a Europa que el mar podía ser domado. Y 60 años después, sigue siendo el epicentro de esa historia.

 

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