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Canarias aprueba al turismo, pero suspende cómo le afecta a su gente

Pejeverde

El último Sociobarómetro de Canarias retrata un estado de ánimo que ya se venía oliendo en la calle: las islas no están hundidas, pero sí cansadas. No hay crisis declarada, pero tampoco alivio. La gente siente que vive en una economía que funciona en los datos y se atasca en el día a día.

Casi la mitad de los canarios considera que la situación económica de su isla es buena o muy buena. Sin embargo, cuando se pregunta por la economía personal, el optimismo se evapora: solo un tercio de los hogares declara llegar a fin de mes con facilidad. El resto lo hace “como puede” o directamente con dificultades. El contraste entre los números macro y la vida doméstica vuelve a ser la constante del Archipiélago.

 

Las preocupaciones urgentes siguen clavadas en el mismo tablero de siempre. La inmigración encabeza la lista. Le siguen la vivienda —cada vez más inaccesible— y los problemas de la sanidad o el empleo. El mensaje es claro: la ciudadanía no discute la riqueza de Canarias, discute cómo se reparte y qué impacto tiene en su entorno inmediato.

El bloque dedicado al turismo confirma una paradoja cada vez más evidente. La población reconoce que el turismo es el motor económico indiscutible del Archipiélago. Lo valora como actividad generadora de empleo, como colchón económico y como dinamizador cultural. Pero cuando entra en juego el coste que se paga por ese éxito, todo cambia: se señala la subida del precio de la vivienda, el aumento del coste de la vida, la presión sobre los servicios públicos y el deterioro de la convivencia en zonas saturadas.

La cantidad de turistas no es lo que molesta: la mayoría la considera adecuada. El malestar viene de las consecuencias. Es un matiz importante que desmonta discursos simplistas. No se protesta contra los visitantes; se protesta contra los efectos secundarios de un modelo que no termina de encajar en el tamaño y la fragilidad del territorio.

 

El informe dedica también un bloque completo al alquiler vacacional. Aquí la balanza se vuelve más inestable. Se reconoce el ingreso extra que genera y la oportunidad para muchas familias. Pero los vecinos señalan, cada vez con más insistencia, los ruidos, la pérdida de tranquilidad, los conflictos en las comunidades y, sobre todo, el encarecimiento general de la vivienda. La percepción general es que estos alojamientos benefician a algunos y complican la vida a muchos otros.

La conclusión que deja el estudio es sencilla: Canarias no está mal, pero está saturada. Vive de un motor que funciona, pero que exige ajustes urgentes para que la población no quede relegada a un segundo plano. No hay rechazo al turismo ni al alquiler vacacional, pero sí una demanda clara: reglas, límites y un reparto más justo de los beneficios.

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