A pie de pista, desde casa: así nació y creció Lanzarote Webcam
Pejeverde
Durante varios años, una cámara en vivo ha regalado una ventana privilegiada a las tripas del Aeropuerto César Manrique–Lanzarote. Una webcam que no descansa y que muestra, sin maquillaje, lo que pasa en la pista: despegues, aterrizajes, la coreografía en plataforma y esa panorámica que, la verdad, engancha. Está colocada en alto, como un vigía discreto, y es que desde allí no solo se ve el asfalto; también asoman el estacionamiento de aeronaves, la terminal y la torre de control cuando la pista se queda en pausa. La idea es simple y poderosa: que el espectador sienta que está allí mismo, con el zumbido de los motores en los oídos y el ojo curioso siguiendo cada aparato en tiempo real. Como sentarse en primera fila… pero desde el sofá.
Detrás no hay una institución ni un gabinete de prensa, sino un vecino con la afición en vena. Lanzarote Webcam es, además, una iniciativa privada sostenida por gente apasionada y sin vínculo con las autoridades aeroportuarias. Nació del vicio sano de avistar aviones y del espejo de otras cámaras célebres en aeropuertos de fuera. Con el tiempo, fue ganando tirón: más seguidores, más manos dispuestas a echar un cable y un pequeño equipo que se ocupa del mantenimiento y de esas mejoras que, poco a poco, se notan. Nada de aspavientos: trabajo constante, ayuda de la comunidad y a rodar.
La cámara está en la Montaña Mina, cerca de Güime, un punto que domina la costa sureste de la isla y clava la vista en la pista 03/21. Técnicamente, no es un juguete: una PTZ de alta definición que panea, inclina y hace zoom a distancia. Detecta movimiento y, cuando un avión rueda o toma carrera, lo sigue con una naturalidad que sorprende. Así se distinguen modelos, libreas especiales y, a veces, hasta matrículas. Además, incorpora sonido ambiente, que añade esa capa de realidad: el viento que cambia, el frenazo, el rumor del mar si afloja el tráfico.
Con los años, la webcam se volvió un punto de encuentro para residentes y aerotrastornados de medio mundo. La comunidad no mira en silencio: comenta, pregunta, comparte datos y celebra las rarezas. Porque no todo es rutina. Entre aterrizajes milimétricos y rodajes sin historia, también se cuelan escenas que levantan la ceja, como las aproximaciones frustradas cuando el alisio se pone bravo. Y es que, además, la cámara ha terminado siendo algo más que una ventana: una especie de bar virtual a pie de pista donde se aprende, se conversa y se vive el aeropuerto con una cercanía que, antes, parecía imposible.