De la obscuridad a la luz: La historia navideña del hombre que regaló frescura al Mundo
Charles Tellier
S. Calleja
En las páginas amarillentas de una revista francesa de 1949, emerge la figura casi olvidada de Carlos Tellier, el inventor del frío. David J. Dallin, en su artículo, nos transporta a un tiempo donde la innovación y la ingratitud tejían historias entrelazadas. Tellier, cuyo aspecto evocaba a un Papá Noel de la vida real, murió en soledad y pobreza, un contraste doloroso con su legado monumental: el saber mantener alimentos frescos en nuestros hogares.
Nacido en el seno de una familia humilde, Tellier mostró desde joven una fascinación por las máquinas y la invención. En 1855, su mente ya bullía con proyectos, como la distribución de fuerza a domicilio mediante aire comprimido. Su destino cambió cuando, durante un verano abrasador, el barón Hausman, influenciado por la familia de Tellier, desestimó sus planes iniciales y, en un giro irónico, le sugirió inventar una máquina para fabricar hielo.
Este desafío, lejos de ser una burla, se convirtió en la obsesión de Tellier. En 1868, creó el primer aparato frigorífico, no solo para producir hielo sino para resolver un gran problema económico: la conservación de alimentos delicados, en especial la carne. Pero la guerra de 1870 truncó sus planes, dejándolo solo y arruinado. A pesar de esto, Tellier no se rindió.
Buscando apoyo, presentó su invención a la Academia de Ciencias. Tras un desalentador comienzo, logró impresionar a la comisión científica demostrando la eficacia de su frigorífico. Aunque la Academia elogió su invento, le negaron un premio por su intención de explotarlo industrialmente.
Sin disuadirse, Tellier recurrió a la prensa y a cartas, recaudando fondos para comprar y adaptar un barco para transportes frigoríficos. En 1876, su barco, cargado con carne, demostró exitosamente la viabilidad de su invento en un viaje transatlántico. Este éxito no solo marcó el nacimiento de la industria frigorífica sino que también impulsó la prosperidad económica de países como Argentina y Uruguay.
Sin embargo, la ironía de la historia no perdonó a Tellier. Años más tarde, olvidado por el mundo, vivió sus últimos días en miseria. Solo al final de su vida, recibió un modesto reconocimiento de Francia y una ayuda económica de Argentina y Uruguay, permitiéndole morir en paz.