El testimonio de Teodoro: De Castroverde a las puertas del golpe del 23F
Foto Elpejeverde.com .Teodoro en Castroverde, Salamanca
S. Calleja
Historias de verano
23 de febrero de 1981. Madrid. El reloj marcó las seis de la tarde cuando Teodoro Tejedor Cáceres, un joven en aquella época de 31 años, aparcó su coche cerca del Congreso de los Diputados. Había viajado desde la finca de Castroverde en Salamanca en la que actualmente trabaja como administrador y cuyo propietario hoy es Eduardo de Laiglesia y del Rosal, marqués de Villafranca de Ebro.
Teodoro, un hombre que había nacido y crecido en la serenidad de la preciosa finca de Castroverde, la que, por cierto, nuestro admirado Benito Pérez Galdós nombra en su novela La batalla de los Arapiles, de los Episodios Nacionales y en la que afirma que Wellington durmió un día antes allí, estaba a punto de vivir de cerca uno de los momentos más tensos de la historia reciente de España.
El ambiente en la capital era distinto a lo que Teodoro conocía. Existía un pulso inquietante, una energía palpable, como un violín que resuena segundos antes de que la orquesta entre en pleno apogeo. Pero la vida debe continuar. Tras dejar algunos documentos en la vivienda de su difunto jefe por el que se había trasladado a Madrid, Teodoro se dirigió a la iglesia del Cristo de Medinaceli para asistir al funeral.
A la vuelta, las calles de Madrid habían cambiado. Los movimientos furtivos, los rostros tensos, la estela de una ciudad que se preparó para un estremecimiento. Fue entonces cuando un guardia civil, con rostro tenso y los ojos nerviosos, detuvo a Teodoro. Con una metralleta recortada apuntando directamente a su pecho, el joven salmantino permaneció inmutable.
"No se ponga nervioso", recordó haberle dicho al guardia, una calma forzada flotando en su voz. Otro policía, vestido de marrón -el uniforme característico de aquel entonces de la policía nacional- intervino, asegurándole al guardia que con Teodoro "no pasaba nada". Pero había un cambio de planes: no le permitieron llevarse su coche.
Una larga noche se cernía sobre el joven. Teodoro se refugió en el domicilio de su difunto jefe, a escasos metros de las Cortes. Los ruidos se entremezclaban con el silencio de la noche. Una espera tensa, agónica, donde cada segundo parecía una eternidad. "Creía que en cualquier momento las Cortes explotarían y todos los edificios de alrededor caerían con ellas", recordaría más tarde.
El tranquilo chico de Salamanca había terminado, sin quererlo, en el epicentro de un golpe de Estado que pasaría a los libros de historia. Un espectador involuntario de un momento crucial para la democracia española. La madrugada cedió el paso a un nuevo día y Teodoro, con prisa, temprano recuperó su coche y emprendió el camino de regreso a su amada tierra charra, con la radio como único compañero.
Aquel episodio contado para nuestros lectores de elpejeverde.com y grabado a fuego en su memoria, se convertiría en una de las tantas historias anónimas, pequeños relatos de vida común que tejieron el mosaico de aquel dramático 23 de febrero de 1981. Un invierno que marcó a una nación y a un joven de 31 años. "No lo olvidaré", murmura Teodoro cada vez que recuerda aquel lejano 23F. Y, de alguna forma, ninguno de nosotros lo ha olvidado.