No hay divorcio en Moncloa: Sánchez y el poder, un matrimonio inquebrantable
S. Calleja
En lo que podría describirse como un episodio arrancado de las páginas de un guion de telenovela política mal-escrita, el espectáculo de cinco días en la Moncloa ha concluido con un anticlimático y predecible "se queda". Pedro Sánchez, en un intento de dramatizar una "reflexión política", ha confirmado que la política española es ahora más parecida a House of Cards que a un verdadero ejercicio democrático. ¿Un retiro para meditar sobre el futuro político de España? Más bien, un monólogo cuidadosamente orquestado con suspense digno de un thriller barato.
En una semana que mantuvo a la nación en vilo, muchos esperaban un cambio significativo, una renuncia tal vez, que podría haber sacudido el estancado escenario político español. Pero, contra todo pronóstico —aunque realmente, ¿alguien apostaba a su salida? —, Sánchez ha decidido aferrarse a su sillón presidencial, declarando que su permanencia es en pro del trabajo continuo por España. Sus palabras suenan vacías, casi cómicas, si no fuera porque subestiman tan flagrantemente la inteligencia del pueblo español.
Los aliados del presidente, como Francina Armengol, celebran esta decisión como una victoria para la democracia, mientras que la oposición y los críticos ven este acto no como un gesto de liderazgo, sino como una clara muestra del teatrillo político que solo sirve para reafirmar el statu quo. Una cuestión de confianza sin cuestión de confianza.
Este evento es un espejo de la tendencia en la política española y global, donde las promesas de renovación se evaporan rápidamente frente a la realidad del inmovilismo. Los líderes como Adolfo Suárez y José Luis Rodríguez Zapatero, que en su momento supieron cuándo apartarse, parecen figuras de una era dorada en comparación con la tenacidad con la que se aferra al poder la política actual.
Mientras tanto, el pueblo murmura, entre suspiros de resignación y sarcasmo, sobre la autenticidad de tales "reflexiones" políticas. ¿Hemos llegado al punto donde los líderes han olvidado el arte de la retirada digna, o es que el sistema incentiva esta perpetuidad en el poder? Lo único claro es que este acto no será el último en el teatro político de España, pero deja la incómoda pregunta en el aire: ¿cuándo veremos un cambio verdadero?.